Pasando a otro acápite le diré que las circunstancias templan el alma, al fin logran hacer de ella algo así como un compuesto de goma cáustica, antes de la guerra me gustaba tener aun en una sílaba de mis escritos una seriedad, una reflexión a toda prueba, hasta llegar al extremo de la tontería, en unas «memorias» de hacen siete años había puesto «…en el poniente de mi vida…». No le parece ridículo. Ahora la raigambre misma de mi carácter ha cambiado, se ha injertado a la escuela de vanguardia, aquella escuela apocalíptica casi por dislocadura de la Lógica, degolladora de Las Palabras y arrasadora de LO ANTIGUO. Me encanta el absurdo, la palabra hueca, hueca que parece un cascabel de latón con la piedrecita de la tontería dentro. Fíjese que en este momento escribo a un amigo de La Paz diciéndole con la mayor frescura «Yo he aprendido a no indignarme y gastar a todo una sonrisa que hace tiempito me la adquirí por unos pesos en un bazar japonés…». ¿No le parece una frase de circo más liviana que una cláusula con pies de plomo? Quizá Ud. sea serio aún al comer y vayamos en sentido divergente en este gusto. Paciencia.
Bambolla. Bambolla. Ande yo caliente y ríase la gente.