El que ahora esta serie de poemas de Moro, no articulada como tal ni titulada por él, venga a aparecer nada menos que en la tierra que vio a Jaime Saenz –misma que antes hospedara los exilios de Gamaliel Churata, al punto de considerarlo tanto o más cercano que los propios peruanos– es indicio anoticiable de esa potencia transfronteriza suya, autoaludida sin reparo en los poemas. Moro no quiere pertenecer a los cotos matriciales de una aislada tradición poética nacional: su fuerza pulsional, ansia de liberación en el más disidente senso del alien, con precisión que «ahora» llamaríamos micropolítica desborda las identidades asignadas, las legitimaciones de una razón dominante y administrativa, su imperio del sentido. / R.J.