Levinas decía que los libros acaban formando un mundo que no engloban, pero que reconocen al escribirse, y al imprimirse, y al hacerse preceder de pró-logos. Vislumbraba, además, que un artefacto de esta índole se nutre de la recuperación de sus propias rupturas, que a la larga van entretejiendo distancias insólitas entre sus páginas y que en el fondo se escriben en una especie de ausencia de libro que no silencia ni excluye aquello que desconoce en razón de su destino. Esta imagen de libro es la que me toma por asalto cuando leo estos textos que Luis H. Antezana escribió, desde 1977 hasta hoy, sobre Jaime Saenz y su obra. / R.O.