La imagen más imperecedera en la escritura de Jesús Urzagasti, se ha reconocido algunas veces, es quizás la de un camino atravesado no solamente por un vínculo con el pasado, sino, y a la vez, con ciertas fábricas de humo que tienen el embrujo de hacernos creer en la explosiva reinvención del presente. Tal embrujo nos toma desprevenidos cuando terminamos irremediablemente perdidos en un follaje nocturno. En términos de la imagen de un sendero, mencionaría Urzagasti, el pasado habla en el ramaje verbal del ir de lo ido siempre en aras de lo imprevisible. Benjamin, permítanme traerlo a colación, pues Urzagasti lo cita más de una vez, precisaba que el pasado recibe la impresión de una actualidad por la imagen en la cual se halla comprendido. Una imagen, dirá entonces Urzagasti, se forja en la catástrofe que llegan a producir las palabras que se iluminan de improviso, pues de nada sirve haber visto caballos si no atendemos a la embestida «de [tales] caballos galopando al alba […] irrumpiendo en una cristalería»… / R.O.
ALGUIEN MIRA PASAR EL AGUA
El hombre inventó el puente
para cruzar de una orilla a otra
eso es evidente y se lo ve todos los días.
En cambio no está claro por qué alguien
se apoya en la baranda
y mira pasar las aguas rumbo al mar.
En sus sienes vibran los élitros del tiempo
gemelos menores del hálito de la eternidad
en estos casos
la infancia es otro ciego caudal
y las cosas olvidadas
afluentes del cauce original.
A él no le interesa saber
cuánta agua va a parar al océano
ni le afecta lo que no ha de retornar
en cambio le conmueve
que el otrora sereno manantial
se convierta en brava corriente animal.
Por primera vez puro misterio
entre orillas desconocidas
siente en su piel la púa del presente
y las arterias bulliciosas de la vida
invadiendo un mundo ausente
entonces emerge entero de la marea
y toca la ribera del silencio primordial.
La Paz, noviembre 4 de 2011.