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Wassily Kandinsky imaginó que el tránsito de algunos escritores, músicos o artistas semeja la figura de un triángulo. Esta figura alberga, en deter­minados momentos de la historia y en la punta del vértice más elevado, a una única persona.

Wassily advirtió, empero, que esta osadía de pocos solo a veces sucede y que si bien el movimiento del triángulo se torna escasa­mente visible, lo que hoy es comprensible para el vértice de arriba y resulta una ton­tería incomprensible para el resto del triángulo, mañana será razonable y con sentido para otra parte adicional de éste. Vale decir, todo aquel que carezca de la aguda visión de quien excede los límites de su época, recibirá las alabanzas y lisonjas de la mayoría de sus congéneres –su pan espiritual, diría Kan­dinsky– y mañana, la sección siguiente ten­derá sus manos hacia el que en esa parte inferior no pudo ser entendido y por eso mismo condenado. Sondeámos aquí tal vértice en los ojos cavilosos de Arturo Borda, Macedonio Fernández, Juan Luis Martínez.