Por mí sé que soy una errata, en consecuencia ¿cuánto más no serán mis acciones, y más si ellas dependen de la ignorancia y suficiencia ajenas, que posiblemente son otra errata? De manera, pues, que téngase mi existencia, y no ya mis simples actos, como el equívoco fatal en el que se enovillan mis errores y los ajenos. (El Loco, 1650)