Ser trabalenguado en lo oral, y en lo escrito otro tanto. ¿Acaso la vida entera no lo es? Con sus turbamultas y desquicios, con sus muertes y desamparos, sentimos, no obstante, que existe el rincón de una mesa. ¿Cómo se llega a una mesa, se la puebla, cómo al abandonarla no se la abandona, Quintin-Latour? Este aquí, llámese el del no morir, se aúna en mesa –rincón de mesa– en lo que cava o que se cava, más acá, desde las palabras y también desde sus sombras reproducidas.
Hace algunos años, conscientes de que todo origen es futuridad, saboreábamos un nombre a escondidas: La Mariposa Mundial, una chingana de media cuadra de largo ubicada en la calle Virrey Toledo, frente a la que en ese entonces fue su competencia, la chingana El Gran Varón. Allí, en el salón principal, habitaban un piano destartalado y un ciego inolvidable, ambos dentro de una jaula con alambre tejido a prueba de todo tipo de botellas. Afuera, Fernando Zenteno –su dueño– lloraba cuando el ciego tocaba con las manos, perdón con el alma, perdón con las manos, «El Saucecito llorón». Hoy El Gran Varón atiende en las gradas que bajan a la Pérez Velasco y La Mariposa Mundial se transformó en una revista; aunque a tal transformación de germen en criatura se sumó el temible dilema –quinto pie del gato– de cómo hacer para meter el piano en la revista. Meandros para advertir cuál la aguja que sostiene este hilo, pues en esta casa es regla revelar siempre algo que jamás revelará el misterio de un piano dentro de una revista.
Caso tal y a contrapelo, bebe nuestra insolencia de una aguerrida panacea escrita por Lezama a propósito de los diez años de la revista Orígenes: «la indiferencia nos fue muy útil, con la admiración no sabríamos qué hacer». Glú glú que festeja el periplo de todos los lectores que han encontrado en La Mariposa Mundial un refugio y una promesa para los insaciables placeres, para esa necesidad que perpetra en pos de múltiples caminos, errancias, y ya lo dije, turbamultas, desquicios, muertes, desamparos, donde la palabra termina cavando, descubriendo una constelación personal, íntima, un diálogo incesante entre las obras; entre la mano que escribe sobre las líneas de la otra. Quiero decir, tan lejos, ya muy lejos de la idola fori que rige a tanta literatura de pompa, de pompa de jabón.
Es lo que cabe en esta caracola, nobleza de la Nada. / R.O.