Rodear la ciudad para ya no poblarla de palabras. Al contrario, cada vez más para despoblarla de su lenguaje y lograr la aprehensión de su transparencias relacionable, de un viaje también arrojado que es el del lenguaje expulsado, extranjero de sí mismo. Por el ojo de una espina arroja un lenguaje despoblado, aisaldo, solo en su mera tentativa material de ser lenguaje expulsado de toda interioridad y por lo mismo, obligado a hacer surgir del exterior todos sus límites, a pedazos, enunciar al fin los brillos de su propia dispersión. Poblar de otra manera.
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